¡Oh qué soberanas lumbres
dispensan cándidos rayos,
y entre soñolientas luces
el sol sale pestañeando!
El sol de justicia viene,
y del Oriente los lazos
desata la claridad
que en botón tuvo el ocaso.
Crédito es la Providencia
que el rosicler desmayado
temió no gozar el día
desconfió del sol los pasos.
Esta fiesta lo publica,
y a su común desagravio
fundará la Providencia
religión en Cayetano.
¡Oh qué noblemente espera
el influjo soberano
sin zozobrar que le pase
su fecundidad por alto!
Toma el ejemplo en las aves,
que ramilletes del campo
a flor y pluma vinculan
el alimento del canto.
Sus censos son la piedad,
la limosna el mayorazgo
fundado en el no pedir,
que es un vínculo apretado.
La viña del Evangelio
a sus hijos ha dejado:
manda que cojan buen fruto
y son las cepas carrascos.
Vivid, hijos del cristal
de roca más soberano,
a cuyo espejo las luces
reflejos dan por milagros.
Que aunque mis coplas lo empañen
con el aliento bastardo,
en los lejos de sus sombras
habrán visto su retrato.
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